—Una cosa
más —dijo Beatty—. Por lo menos, una vez en su carrera siente esa comezón.
Empieza a preguntarse qué dicen los
libros. Oh, hay que aplacar esa
comezón, ¿eh? Bueno, Montag, puedes creerme, he tenido que leer algunos libros
en mi juventud, para saber de qué trataban. Y los libros no dicen nada. Nada que pueda enseñarse o
creerse. Hablan de gente que no existe, de entes imaginarios, si se trata de
novelas. Y si no lo son , aún peor: un profesor que llama idiota a otro, un
filósofo que critica al de más allá. Y todos arman jaleo, apagan las estrellas
y extinguen el sol. Uno acaba por perderse.
—Bueno,
entonces, ¿qué ocurre si un bombero accidentalmente, sin proponérselo en realidad,
se lleva un libro a casa?
Montag se
crispó. La puerta abierta le miraba con su enorme ojo vacío.
—Un error
lógico. Pura curiosidad —replicó Beatty—. No nos preocupamos ni enojamos en
exceso. Dejamos que el bombero guarde el libro veinticuatro horas. Si para
entonces no lo ha hecho él, llegamos nosotros y lo quemamos.
—Claro.
La boca de
Montag estaba reseca.
—Bueno,
Montag. ¿Quieres coger hoy otro turno? ¿Te veremos esta noche?
Ray Bradbury
Fahrenheit
451, Orbis, p. 74
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